En su antigüedad, almagro era un terreno llano, fértil, con gran circulación ya que fue uno de los primeros camínos de Buenos Aires. Se lo conocía por el nombre de camino de los huesos debido a los arreos que se hacían por Castro Barros y Medrano rumbo a los mataderos del a ciudad, los cuales dejaban un tendal de osamentas de animales. Este camino era nuevamente apisonado por posteriores arreos, constituyendose como uno de los mejores senderos para la tropilla, especialmente en invierno, época en la cual las carretas corrían riesgo de hundimiento en zonas pantanosas.
En el año 1839 las tierras de la zona, un total de 18 hectáreas, fueron compradas por Julián Almagro. Años más tarde fueron donadas para que se construyera la estación del primer ferrocarril que circuló en el país. Al haber sido realizada la donación por Almagro, la estación recibió su nombre, el cual le otorgó posteriormente su denominación a la zona.
Almagro fue zona de quintas antes y después del paso del tren. Si bien el tren transformó radicalmente al barrio, la evolución se afirmo como nunca a partir de la instalación del tranvía, y por la aparición de un brote de fiebre amarilla, logrando que muchos porteños de clase alta migraran desde el centro de la ciudad hacia sus quintas.
Hoy en día este es uno de los barrios más tradicionales y muy relacionado con el tango y los típicos cafés porteños. Por sus calles y bares transitaron muchos de los grandes del tango. Almagro tiene el privilegio de ser el primer escenario que escuchó cantar a Carlos Gardel. Gardel, también conocido como el zorzal, fue alumno del Colegio Salesiano Pio IX y cantó en su coro en la parroquia San Carlos ubicada en Quintino Bocayuba e Hipólito Irigoyen. Además, en sus primeras interpretaciones solía cantar en un bar que se encontraba en la avenida Rivadavia 3824. Lo hacía con su compañero, al que él apodaba el Negro Congo. Gardel cantaba un par de canciones y Congo pasaba el sombrero para recaudar algunas monedas.
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